lunes, 5 de noviembre de 2007

Celestino Vergara. (O la virtud del hombre que sabe estar solo y acompañado)

por zulma olivetta


Celestino VERGARA podía decir que en su vida no habían ocurrido desgracias irreparables... aparte de su nombre, claro está. Había llegado a los treinta y pico, sin desmedro de una figura equilibrada. Ni gordo ni flaco, ni pelado ni peludo, ni ñato ni narigón, ni dientudo ni desdentado, en fin, sin rasgo personal que pudiera causarle shock o trauma alguno, Celestino Vergara era lo que puede llamarse un auténtico mediocre. Los acontecimientos que jalonaron su infancia le dejaron un cálido recuerdo de maestras cariñosas y comprensivas, pues él era bastante inteligente sin ser una lumbrera, hacía sus tareas sin tratar de sobresalir, faltaba poco a clase sin llegar a ocupar el cuadro de honor por asistencia perfecta, en fin, una maravilla de chico que jamás podría incomodar a nadie. Para completar, su hogar fue tranquilo, con padres maduros y hermanas mayores que él, complacientes y sensatas, en el que la única anécdota relevante había sido la pérdida de Machi, un perrito fox terrier, al que un pibe del barrio encontró días más tarde junto a las vías del tren. En fin, lo suficiente como para poder decir que nunca le pasó nada, ya que llegado a sus años mozos, fue un solterito sin apuros, para convertirse en un hombre libre, que iba camino de convertirse en solterón.Porque... ¿A qué caer en las complicaciones que conlleva el querer perpetuarse a través de los hijos? ¿Hacerle frente a las mujeres, que se sabe que son un mal inevitable en este juego de reproducir los defectos y virtudes que uno pueda tener?Dicho sea de paso, cuando Celestino Vergara tomó estas decisiones, todavía no se había inventado la clonación. Pero creo que hubiese tomado la misma decisión, con tal de no complicarse la vida.¡Si hasta parece mentira que alguna vez haya caído en el juego que relataré a continuación! Y es esto lo que hace sospechar que en la vida de los humanos, hay una necesidad imperiosa de complejidad, de laberinto sin salida, de trepada a muros verticales, que a mí me parece que es esa compulsión creativa de cambiar lo que parece predestinación, pero solo es el sendero que uno mismo se traza. Así como nos fijamos objetivos que no cumplimos, aparecen en nuestro lejano horizonte, allá donde el camino se convierte de paralelas en una cruz abierta al cielo, promesas hechas por nuestros padres o maestros, en las que creemos poco o nada, ya sea que nos hayan dicho:- " Vos nunca vas a ser nadie"o- "Vas a ser alguien importante"... cualquiera sea el caso, esos mandatos tan inciertos y a la vez tan pesados nos estimulan a hacer cosas para cambiarlos. Tal vez ese sea el crecimiento, no dejar que se cumplan los mandatos, y gobernar nuestra propia existencia.¡Pero a qué me voy por las ramas, si a Celestino Vergara jamás se le debe haber pasado por la cabeza, cambiar nada! ¡Predestinado o no, él no podía pretender cambiar mandatos, porque nunca recibió ninguno! ... Como no fuera que su existencia pasara totalmente desapercibida...La verdad, que me mareo entre destinos, mandatos, y cambios de karma, mejor sigamos con el relato.Vergara, con perdón de los presentes, Celestino... también, con perdón de la palabra, llegado cierto momento de su historia, comenzó a sentir la picazón de la soledad. Claro, no todas son dificultades cuando uno decide andar en yunta: a veces hay ratos de comprensión, con confidencias o planes, hay conversaciones truncas y otras que se extienden hasta medianoche, matizadas por algunas quejas, o una discusión que aunque más no sea, entretienen. Esto, sin contar otras menudencias más placenteras, a las que no hay que salir a campear por las calles porque, como quien dice, están al alcance de la mano, cruzando la mesa o tironeando un poco de la almohada.Nuestro hombre había decidido prescindir de todo esto, hasta de las menudencias. Lo curioso es que un hombre que se creía tan sensato, un día cualquiera, sin haberlo meditado ni un minuto, se metió a practicar el deporte más insensato que uno pueda pensar.Préstenme atención, porque es un poco complicado. Hay que meterse en la mente de un Celestino Vergara para poder comprenderlo, porque de otra manera, Uds. podrían decir: - "¡Ah! ¡Cualquiera!"- "¿Quién no ha intentado levantarse a la mujer del prójimo?"Pero no, no es tan fácil.Celestino, que como buen soltero comía casi siempre en cualquier bodegón donde lo agarraran sus andanzas (era comisionista, no sé si se los dije), tenía la costumbre de sentarse en los rincones. Pero un día en que estos lugares de privilegio estaban ocupados, tuvo que sentarse a la mesa en medio de un bar que no sabemos cuál fue, y si lo supiéramos, no lo diríamos para que no crean que estamos haciendo propaganda. ¡Quien sabe si alguno cree que hay cierta magia en ese bodegón en particular, y que lo estamos recomendando!Lo de la magia lo digo, porque allí sentado, Celestino tuvo por primera vez la ocurrencia de mirar a unos que estaban sentados cerca. Eran una pareja, y el hombre estaba de espaldas a él.Sin ninguna mala intención, el cuasi solterón aburrido pensó que la mujer, que estaba sentada frente a su compañero pero también frente a él, era su acompañante, y que no estaba compartiendo otra mesa con otra persona, sino con él. ¿Se comprende? Una traspolación de la envidia, si se quiere, pero Celestino no pretendía ser el otro hombre y poseer a esa mujer; para nada. Simplemente, la convertía a ella en su acompañante para la cena, y se solazaba en sus gestos, a veces hasta escuchando su conversación vivaz, otras admirando sus silencios. Comenzó en ese restaurante, con esa mujer que no tenía nada muy particular, y siguió en otros lugares, con otras damas.Ya no buscaba el rincón. Llegaba, hacía una rápida observación de las mesas, y se ubicaba detrás del hombre que tuviera enfrente a la mujer que le gustaba, a achicar los espacios con un poco de imaginación, a compartir los platos, el vino, el pan...Y de este modo, una existencia tan prolija y serena, se fue complicando.En algún caso, llegó a discutir con un mozo, diciéndole que había reservado mesa. ¡Y le resultó! El pobre empleado, por ahorrarse discusiones con él tuvo que discutir con los que habían reservado de verdad. ¡Ni que hablar cuando alguna de sus compañeras ocasionales tenía alguna reacción concreta hacia él! Es decir, que en alguna medida descubría su juego y queriéndolo o no, lo seguía.Las había de dos clases: Las pícaras que llevaban el vaso a los labios, o jugaban con la servilleta, echándole miradas y coqueteando, mientras el confiado dueño de la espalda creía que este juego estaba destinado a él, o las recatadas que bajaban la vista y se incomodaban, perseguidas por las miradas insistentes del "tipo de la mesa de al lado". Más de una vez, aparecieron las que avisaban al marido, novio o pretendiente, que "el tipo las estaba mirando"; las reacciones podían calificarse, y Celestino las calificaba como:a) Pareja complaciente; los que volvían un poco la cabeza, echaban una sonrisa despectiva sin dejar de masticar, y encogían un hombro. Muy pocas mujeres dejaban de fastidiarse por esta reacción de su compañero.b) Pareja severa; los que intentaban ver por el rabillo del ojo, y se inclinaban adelante reprochándole a su compañera, que algo en ella estaba provocando. Celestino se daba cuenta, porque de inmediato la mujer se miraba el escote, o descruzaba las piernas y clavaba la vista en el plato.c) Pareja impaciente; Solo tuvo que enfrentarse a un par de estos. El tipo se levantaba, y le decía algo como:- ¿Que te pasa?Nuestro personaje se disculpaba, manifestaba que estaba distraído, que no era su intención molestar a nadie, y se cambiaba a la silla opuesta, en prueba de su buena fe. Como siempre termina por suceder en la práctica de los deportes peligrosos, hubo un accidente fatal.Es que Celestino fue haciéndose más y más exigente. Cuando no le bastaba con el simple bodegón o la pizzería, comenzó a frecuentar lugares más elegantes y su tarjeta quedó en rojo por las "invitaciones" que se hacía. Como era prudente, no hace falta repetirlo, buscó algo más económico, aunque no desprovisto de encanto.Encontró un lugar, una noche que se sentía inspirado, fue uno con el que terminó encariñándose; una linda tanguería que funciona en la calle Independencia.



No era costosa, y el ruidoso ambiente le permitía "intercambiar" alguna palabra con su acompañante de turno, pasando desapercibido, porque... ¿Quién no ha visto en una tanguería, a algún tipo, chupando y hablando solo?La vida interior de Celestino no le permitía percatarse de algunos detalles del exterior. Por eso debe haber sido que no advirtió, que al sentarse siempre a la misma mesa, que habitualmente estaba desocupada por hallarse pegada a una columna, lo hacía frente a la misma parroquiana de pelo renegrido, de cutis muy blanco y labios pintados de rojo oscuro, que llevaba en la mejilla izquierda un lunarcito muy llamativo para otros que no fueran él. ¿No lo advirtió?Tampoco advirtió que la espalda del hombre, la eterna espalda que él estaba acostumbrado a borrar sin reparo alguno, era un saco blanco que pertenecía a un fortachón, bastante conocido entre mafiosos, "cuidas", mercaderes y otras preciosuras que suelen elegir lugares autóctonos para refugiar sus horas de ocio. Como para hacer más tradicional el ambiente ¿vio?, que no falte algún malevo. Aunque no sea como los de los de antes, que eran de ley.Bien, al margen de todas estas cosas, en el subconsciente de Celestino, diría algún científico, se fue gestando el hábito, el gusto, la necesidad de esa acompañante... y algún otro sentimiento, que por el momento, Celestino no percibía. Lo cierto es que esa mujer, discutía bastante. No elevaba demasiado el tono de voz, pero los gestos de su boca, su manos entrecruzadas con fuerza y el ceño fruncido indicaban que quería resolver algo y el de frente a ella se oponía. Hasta que una noche, se levantó abruptamente y salió, con el ya descrito malevo pisándole los talones, y para gran decepción de Vergara. Decepción que duró pocos minutos, porque la mujer volvió a sentarse a la mesa, en su lugar de siempre; pero con un pañuelito blanco y empuntillado con el que se secaba furtivamente los ojos. Fue una brusca experiencia para Celestino, algo a lo que no estaba acostumbrado. En su turbulenta imaginación no aparecía la razón, las palabras que él hubiese dicho y que pudieran generar semejante reacción. Algo que siempre le había resultado fácil: Si la mujer reía, el soñaba que había contado un chiste genial. Si se quedaba pensativa, suponía que estaba midiendo la inteligencia de sus frases. ¿Pero qué hay que decir para hacer llorar a una mujer?Recuerden que dije que la experiencia de Celestino se limitaba a la paz y el equilibrio.Tal preocupación se manifestó en la insistencia de su mirada, en una imprudente sonrisa conmiserativa, que encontró más eco que de costumbre. La mujer no coqueteaba con miraditas desviadas. La mujer lo miraba fijamente, sus labios temblaban, y ya no hacía esfuerzos por secarse el rabillo de los ojos. Las lágrimas corrían cariñosamente por su cara, dejando apenas un trazo de pintura, lo poco que restaba después de tantos manoseos.El acompañante, que no era precisamente un gil, se volvió con un gesto casi de sorpresa. ¿Quién podía ser tan imprudente, quien estaba tan poco avisado como para mirarle la mujer a él? Celestino, embobado con la mirada o embebido en las lágrimas, no le dio, como dicen en el ambiente "ni cinco de corte". Que es lo peor que puede hacérsele a un malevo. El de nuestra historia se levantó, y sin muchos preámbulos sujetó a Celestino por la pechera de la camisa, haciéndole saltar dos botones. El ya mencionado:- ¿Que te pasa a vos? - resonó en el aire de la tanguería.El bandoneón, la guitarra y el contrabajo dejaron de tocar como si los hubiera dirigido Piazzola, en alguno de sus famosos finales. Los milongueros soltaron su abrazo y miraron; algunos transportados por un momento a los tiempos de oro, en que esas cosas ocurrían a diario. Otros, pensando “¿Por qué no seremos un país civilizado, donde no tengamos que pasar por estas cosas a diario.?”Como a Celestino, por la sorpresa o vaya a saber de qué, no le salía la frase acostumbrada, el malevo lo tomó como una provocación, y volvió a zamarrearlo. Ella, la mujer de la mesa, la acompañante desconocida, se levantó y le tomó el brazo.- Vamos, Cuco, no hagás más papelones...- ¡Vos te callás...El empujón derribó a la morocha de piel pálida. Y este fue el final de dos vidas. Ya les explico por qué.En primer término, se terminó la vida de paz y el equilibrio de Celestino, quien tomando un cuchillo de la mesa, de esos de serruchito con mango de madera, los más “verretas”, lo clavó en medio del malevo, justo en la puntita del esternón... Y luego, la del malevo, de quien recién supimos que le decían Cuco, y a quién los médicos no pudieron salvar de tan modesto puntazo... Es que ya no son los tiempos heroicos de los malevos. Ya no vienen de tan buena calidad, se les infectan las heridas como a cualquier mortal.Celestino Vergara fue enjuiciado y encontrado culpable, pero dado su estado de emoción violenta, al ser tan inopinadamente agredido en presencia de tantos testigos, y al ver maltratada a una mujer, le dieron pocos años. Que no tenía antecedentes huelga decirlo.Ella, no faltó un solo día a verlo, cuando estuvo entre rejas. Le llevaba buñuelitos de banana, con cartitas de amor envueltas en papel aluminio adentro, que Celestino acompasaba con los tangos de su radio a pilas: " Cuando te vi ahí enfrente, mirándome así, me dije Catalina, este es el hombre de tu vida. Catalina, si no te salva este, sos mujer perdida."Demás está decir que, pese a todos sus planes de soltería, y aunque hubiera alcanzado los cuarenta, Celestino hizo yunta con Catalina al salir de prisión. Condena acortada por buena conducta, esto también está demás decirlo.Donde la reflexión de este relato, si fuese necesario que tuviera una, podría ser“ Nunca te metas con las tangueras. Suelen tener esa fiera costumbre de la lealtad, que hace que un día vayan a verte en cafúa, y al otro te engayolen para la eternidad.”Y la conclusión es que en este país es imposible llevar una modesta, ignorada, apacible existencia, porque todos llevamos en el fondo del alma, ese malevaje, esa tanguería capaz de reinventar el disparate en el momento menos esperado.

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